¿Qué es la felicidad?
La semana pasada compartí un artículo a modo de introducción del blog que preguntaba si existe la posibilidad de alcanzar la felicidad. Ahora, para ahondar en el tema e ir tomando un rumbo acertado, lo más conveniente es comenzar aclarando qué significa esa palabra tan repetida y deseada.
Según la define el diccionario de la RAE en su primera acepción, se trata de un «estado de grata satisfacción espiritual y física». Otro de sus significados la describe como la «ausencia de inconvenientes o tropiezos». ¡Quién los pillara! (Reconócelo, acabas de pensarlo).
Ahora, ¿qué es la felicidad para ti?... Me llega el eco de alguna voz gritando: «¡que me toque la primitiva!» ¿Has sido tú? Venga, no mires para otro lado que te han escuchado hasta en Pekín.
Bueno, la forma de entender esta palabra dice mucho de cada cual, y estoy seguro de que para una gran mayoría (si preguntas en el mundo “ultradesarrollado” que nos rodea) es un factor que depende de tener dinero. Pero no todos somos así, ¿verdad?, ¿a que tú no?
Además, aquellos que andan con algún problema de salud opinan de distinta forma, piensan «¡quiero más dinero, para comprar medicinas y contratar al doctor House!»... Bromas aparte, la salud también se asocia a la felicidad, y su carencia se relaciona directamente con la tristeza.
Y ahora llegas tú (bueno, pongamos que es un amigo o una amiga tuya), que te estás planteando separarte del mendrugo que tienes por marido o de la sargenta que tienes por mujer. Déjame adivinar, dices «¡quiero dinero!, para poder irme a una playa de Cuba y pagar el abogado que me librará de mi pareja y le sacará hasta el jugo del carnet de identidad!»
Maldito dinero. Se mete en todas las conversaciones sin permiso. Perdona, sé que eso no lo pensabas tú, habrá sido una conversación cruzada de algún otro vecino (espero). Por desgracia, el daño moral, el desengaño, la desilusión y otras tantas emociones que derivan de una relación fallida, requieren de mucho más que una buena cartera para superarla.
Deja que me concentre un momento... me están llegando tus ondas cerebrales con un mensaje: «Pero ¿no ibas a hablar de la felicidad?, pues la verdad es que me estás deprimiendo con tantos problemas».
Perdona, pero necesitaba alcanzar este punto porque es ahí donde llegamos cuando damos por buena esa percepción que tenemos (y parece que algunos catedráticos de la lengua también), de que para vivir felices necesitamos no tener ningún tipo de problema. Admitir esto sería como rendirse, como dar por imposible la opción de vivir con alegría y cierta satisfacción, por lo menos en este planeta, repleto de personas maravillosamente cargadas de una energía negativa que se contagia por contacto directo o por insulto encubierto. ¡Cuántas ganas de fastidiar andan sueltas por ahí!
Tengo que respetar a los que escribieron esa manera de percibir la realidad, por algo son catedráticos y yo no llego ni a “cate...” pero me temo que van a tener que fabricar pequeñas burbujas de vacío forradas de algodón para meter nuestros cuerpos en ellas y congelarnos hasta algún milenio futuro, cuando la humanidad haya perdido su capacidad de emocionarse o sentir, y su egoísmo se extravíe en algún agujero negro de un universo paralelo, porque de lo contrario será inviable alcanzar la felicidad. ¿No crees que debe existir un mejor camino?
Como aún no han fabricado esa burbuja, vamos a tener que ingeniarnos algún apaño para capear el temporal en lo que nos queda por delante, de modo que mejor nos quedamos con la primera de las definiciones, esa del estado de grata satisfacción. Ahí sí puedes trabajar, porque esa condición depende de que te encuentres satisfecho con tu vida, y eso se puede lograr, paso a paso, sin agobios.
Conozco a alguien que nació en Guinea Ecuatorial (eso está en África, para los que no aprobaron geografía en la EGB o la ESO), y vivió allí por años, hasta bien avanzada su juventud. Después vino a España y encontró un medio de vida con el que forjó aquí su estabilidad y pudo traer más tarde a su familia.
Aquel es un país civilizado con algunas grandes urbes y muchos pueblos pequeños. Incluso, por aquel entonces, muchos vivían de la manera más arcaica y rudimentaria del ser humano: “Compraban” en el “supermercado” de la selva, frutas, pájaros, raíces, monos (sí, monos), reptiles... Eso se traducía en horas de búsqueda, kilómetros de caminata y días retornando con las manos vacías y los pies gastados.
Quizás te preguntes a dónde quiero llegar con esto. Pues me gustaría describir la vida de los más pequeños en esas aldeas alejadas de las urbes. Según me contaba, tendrías que haber visto a esos niños que, sin Play Station ni un móvil en las manos, con simples juguetes hechos de palos y hojas, y con una vida más trabajada que la de la mayoría de adultos de nuestro “mundo avanzado”, eran capaces de sonreír con naturalidad envidiable, de aprender de los consejos de sus mayores, de convertirse en personas de provecho, de honrar a los ancianos, de contentarse con lo que tenían y de crecer sanos y vigorosos. En definitiva, vivían felices, a pesar de que los problemas formaban parte de su mundo.
Piensa en esto: Cuanto más tienes más quieres, cuanto más conoces más anhelas, cuanto más asciendes en las escaleras de la vida más alto quieres llegar, si tienes cientos quieres miles, si tienes miles quieres millones... nunca es suficiente, y eso, amigo mío, amiga mía, eso se llama infelicidad.
¿Te acuerdas de la historia de la semana pasada? El problema de la camisa manchada era un borrón, un pequeño desperfecto, algo que no andaba bien. Pero en Guinea Ecuatorial (y en más de medio mundo), cualquiera de los niños de la aldea habría estado contento por tener una prenda nueva, diferente y que abrigara con tal sutilidad como esa camisa.
¿Tú eres de los que ven la mancha o de los que ven la camisa? Tic-tac, tic-tac... te quedan diez segundos para dar la respuesta correcta.
No, no te voy a mandar a Senegal, ni te voy a pedir que te escondas debajo de la pirámide de Keops. Pero sí es necesario que seas consciente de lo que tienes. ¿Acaso nunca te hicieron el test del vaso medio vacío o medio lleno?, ¿en cual de las dos mitades te fijas antes?
No respondas, tú ya sabes lo que debes decir. Si confiesas confiado que “el vaso medio lleno” te pondrán de premio una reluciente etiqueta de optimista, de lo contrario, el furor de los dioses caerá como ira consumidora sobre tu negra existencia. Y aunque nunca se hable del tema, tengo que añadir algo: espero que el agua sea dulce, porque si es salada, mejor buscar un vaso vacío del todo. ¡Cuantas formas de ver la vida!
Pero esa vida es más complicada que un simple vaso con agua. ¿Me equivoco? ¿O quizás sí es así de sencilla? De ti depende, porque ese es el principio de que disfrutes de la vida con algo más de alegría. Yo defino este comienzo con una frase que dice:
«No es complicado ser feliz, pues la felicidad consiste en no complicarse demasiado».
Solo te adelanto que poco a poco irás viendo las circunstancias que te rodean de una manera más sencilla, será una clave para que avances este camino, y no hablo de resignación. Sé de lo que hablo, porque vivo en este mundo y tengo problemas como cualquiera, pero vivo feliz a pesar de ellos.
Sí, has oído bien: tengo problemas y soy feliz. ¿Te cuesta creerlo? No te culpo, nos educaron para creer lo contrario, y ese es mi trabajo (y el tuyo, si quieres), deshacer algunas falsas creencias para encontrar un camino más agradable.
Entonces, ¿es posible vivir felices incluso con dificultades serias? Responde tú mismo. Solo digo que quien esté libre de problemas que tire la primera gominola de alegría.
Admítelo, la felicidad no puede depender de tu nivel económico, ni de tus sentimientos, ni de ningún otro factor externo. Todos ellos son deseables, necesarios e importantes, pero si eres tú quien mira de lo que careces en lugar de lo que ya disfrutas, tienes tres opciones a elegir:
- OPCIÓN A: Deja de leer, no pierdas más el tiempo aquí y dedícate de forma profesional a ser infeliz. Seguro que llegas alto... o bajo, según se mire.
- OPCIÓN B: Manda un mensaje de radio en onda larga al espacio profundo y espera a que unos personajes de la cuarta dimensión vengan en tu rescate. A cambio, eso sí, deberás colaborar portando una pequeña sonda rectal de exploración, muy de moda según dicen los entendidos en otros mundos y galaxias lejanas.
- OPCIÓN C: Dame tiempo y un poco de margen para que te acompañe por un sendero que NO llegará a la meta llamada “alegría”, sino que te hará conocer a la FELICIDAD en persona, para darle la mano y, por encima de obstáculos, en medio de temporales y también gozando de momentos inolvidables, se convertirá en tu amiga y compañera de viaje, sea cual sea tu destino.
Espero que optes por la tercera opción, porque de lo contrario no te volveré a ver el pelo por aquí. Aunque bien mirado, tampoco te veo el pelo en este momento. Si quieres, puedes enseñarme la patita por debajo de la puerta para que te pueda reconocer, pero si te resulta más cómodo me vale con que hagas un comentario al final de esta entrada, que no lleva apenas tiempo y me hará saber que estás por ahí... Tienes permiso para criticar, preguntar, rebatir o darme palmaditas virtuales en el hombro, a tu antojo.
Y mientras tanto, espero volver a tener tu visita por aquí, aproximadamente en una semana, con un nuevo artículo que avanzará un poco más en esta materia tan vital y necesaria para todo ser humano como es conocer la verdadera felicidad.
¡Hasta la próxima!
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