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Mostrando entradas de julio, 2018

Gabriel y el rosal

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El niño pequeño se acercó al rosal del jardín. Su madre estaba trabajando fuera de casa y su padre, que lo acompañaba, andaba un tanto despreocupado leyendo las noticias deportivas en su portátil. Al pequeño se le ocurrió arrancar una rosa para regalársela a su madre, y en cuanto la tomó por el tallo una de sus espinas se clavó sin misericordia en su tierna carne. Dio un salto como si se hubiese transformado en canguro —los sustos nos otorgan superpoderes en ocasiones—, miró su dedo y el espanto del color rojo que encontró le hizo correr en busca de ayuda. Se lanzó como un obús sobre su padre. Este no tardó en descubrir el problema, porque el niño venía gritando: «¡Tengo sangre, papá, tengo sangre!», mientras mostraba en alto su mano. Una gota dibujaba un mínimo rastro al resbalar por su dedo, mientras una decena de ellas, incoloras, caían desde sus ojos vidriosos. El padre usó sus poderes mágicos; envolvió con delicadeza el pequeño pulgar con sus labios, e hizo desaparecer la s

Ceguera selectiva

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La vida no siempre se porta con nosotros como esperamos. Ten en cuenta que ella es como un ente que mezcla su "vida propia" (las circunstancias, que suelen escapar de nuestro control) con las particulares formas de afrontarla de cada uno de nosotros. De modo que no te centres en las cosas que se escapan de tu control: No puedes cambiar el clima, ni el correr del tiempo, ni el país en que naciste, ni la educación que recibiste (con mejores o peores ideales)... y en general, apenas puedes influir en los sentimientos de unas pocas personas. Eso quiere decir que no merece la pena perder energías en lamentarte por lo que no te sale bien, o porque no te traten como crees merecer, o porque el pasado pese demasiado en tu presente. En lugar de ello mira bien a tu alrededor y reflexiona, no vaya a resultar que seas tú mismo, o tú misma, quien esté cerrando (o ignorando) las puertas que te pueden ofrecer oportunidades para mejorar. Lamentarte no te sirve de nada, apre

Un guardián en el palacio

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En el palacio de almenas delicadas una puerta de zafiro; en su umbral un guardián pertrechado de armadura, espada y un escudo con finos grabados de color verde esperanza. Sobre el portón de acceso un cartel de bronce, con letras hechas con perlas engastadas: «Aquí vive Felicidad» .   Cierta mujer, consumida por la tristeza y maltratada por la vida, se acercó a la puerta formidable de aquella mansión, digna de reyes, con la intención de conocer a Felicidad. Quizá –pensó– allí hallaría al fin respuestas al laberinto de preguntas que la paralizaban día tras día en su profunda decepción. Pero el guardia de la entrada la recibió con palabras cargadas de veneno: «No eres digna de pisar las losas de mármol fino de este lugar... Soy más fuerte que tú, no podrás pasar; si intentas entrar corriendo descubrirás que en el interior te esperan otros cien soldados aún más fieros y temibles que yo...»   Ese día, la mujer se dejó convencer por la voz estridente del soldado y volvió a su c