La piedra en el camino

La vida consiste en comenzar un camino que discurre por parajes insospechados, desconocidos hasta que los transitamos. Lo único cierto es su comienzo en sí. Puede ser en lo alto de un monte soleado o en el valle más profundo y oscuro; junto al fresco río o en el desierto abrasador; en un bosque lleno de provisiones o en tierras áridas donde el hambre acucia.

Nadie decide dónde nace pero todos tenemos un inicio, unos más afortunado que otros. Pero no te dejes confundir por la apariencia pues, por extraño que parezca, no por nacer en el mejor de los lugares se consigue la mayor de las alegrías. ¿Acaso no llora el rico? ¿No conoces a nadie sano y que aún así se queja de todo? Y el que carece de tales cosas ¿no es capaz de encarar con arrojo su existencia y dirigir sus pasos con esperanza?

Los recursos, la salud, el dinero, las amistades, al amor, una pareja soñada, un trabajo estable... Son solo lugares diferentes por los que unos pasan sin sacarles provecho, pero que otros exprimen hasta lo inimaginable... Y la vida continúa, sin decirnos por qué mar navegará mañana (o sin advertirnos siquiera si habrá un mañana para navegar).

Tú no pudiste escoger dónde nacer, pero sí puedes decidir el camino que tomarás. No conoces la distancia que recorrerás, pero sí cómo la enfrentarás cada mañana (con quejas o con gratitud). No puedes controlar la lluvia, pero sí procurarte un buen paraguas, ser precavido, estar preparado para sacar provecho de cada situación.

En definitiva, la vida es incierta; pero en tu mano está el saber sacar provecho de ella o el dejar que ella reseque tus huesos con preguntas sin respuestas. Solo el camino mismo explica su sentido: si no lo andas no lo conoces, si no te adiestras con alguna dificultad no aprenderás de ella, si no hay guerra no puedes experimentar la maravillosa sensación de la victoria...

Pero cuando encuentres una gran piedra, enorme como una montaña, en medio del camino e impidiéndote avanzar por el único sendero transitable, entonces, tendrás que decidir.

Quizá la puedas rodear, o la estudies en reposo para determinar qué hacer, o que intentes escalarla, o emplear pico y pala para hacer un túnel que la atraviese (lo que ayudaría a quienes te sigan, pues así podrán pasar tras de ti sin problemas).

Todo es cuestión de decidir si quieres usar la ley del mínimo esfuerzo o si, por el contrario, entiendes que tu trabajo puede facilitar el de otros que, tarde o temprano, se cruzarán en tu camino (y que quizá en un futuro te puedan brindar ayuda, apoyo, soluciones o respuestas a tus dudas).

Todos tus esfuerzos, si buscan el bien común, tendrán su recompensa tarde o temprano. Pero si te quedas de brazos cruzados, si te lamentas mientras miras sentado la piedra que te fastidia, entonces, será complicado que avances en la vida, y además corres el riesgo de quedarte llorando y solo durante demasiado tiempo.

Una piedra en el camino no es más que eso, una piedra. Tú decides si la conviertes en algo útil o en un impedimento que detenga tu marcha. ¿Dejarás que tu vida deje escapar meses o incluso años contemplando inmóvil una gran piedra en medio del camino?

Una piedra puede servir para lo bueno o lo malo. Ella no decide su uso, sino quien la encuentra.
 

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