Gabriel y el rosal

El niño pequeño se acercó al rosal del jardín. Su madre estaba trabajando fuera de casa y su padre, que lo acompañaba, andaba un tanto despreocupado leyendo las noticias deportivas en su portátil. Al pequeño se le ocurrió arrancar una rosa para regalársela a su madre, y en cuanto la tomó por el tallo una de sus espinas se clavó sin misericordia en su tierna carne. Dio un salto como si se hubiese transformado en canguro —los sustos nos otorgan superpoderes en ocasiones—, miró su dedo y el espanto del color rojo que encontró le hizo correr en busca de ayuda. Se lanzó como un obús sobre su padre. Este no tardó en descubrir el problema, porque el niño venía gritando: «¡Tengo sangre, papá, tengo sangre!», mientras mostraba en alto su mano. Una gota dibujaba un mínimo rastro al resbalar por su dedo, mientras una decena de ellas, incoloras, caían desde sus ojos vidriosos. El padre usó sus poderes mágicos; envolvió con delicadeza el pequeño pulgar con sus labios, e hizo desaparecer la s...